
Con un dedo manchado de harina y huevo,
después de hacer centenares de rosquillas,
fui dibujando en las puertas de la casa
pequeñas flores y mariposas bicolor.
Y con la palma de la mano,
también enharinada, recorrí las paredes,
las cortinas y las colchas.
Con este culinario capricho
emborroné el mapa de lo vulgar,
que nuestra vida me sugería.
Contemplé mi obra, me arranqué el delantal
y lo arrojé a tu lienzo de ojos y bocas
descolocados.
Me calcé unos cómodos zapatos
y me fui a hacer primavera
por las calles de la ciudad
con las manos aún manchadas.
Isabel Jiménez