Morir de belleza,
como la hoja
que cae del árbol,
planeando suavemente
sobre la tarde de otoño.
Morir de esta manera
a todo nuestro pasado,
para vivir de instante en instante,
con la infinitud efímera
de sabernos eternos.
Parar el reloj del tiempo
y atrapar la escena,
más allá del tiempo
dual de vida y de muerte.
Ese tiempo que se escurre
entre las grietas del alma
sin saber que al otro lado
no hay más que amor
reflejado en la esfera
del contacto imaginado.
El mismo amor
que sostiene el mundo
a este lado.
Yolanda Jiménez y Ernesto Pentón