Tenía quince años
y cuando aparecía con su uniforme azul
yo quería creer en los ángeles.
Nos dábamos un beso
y yo le llevaba la maleta hasta el albergue.
Allí nos dábamos más besos,
largos como la noche estrellada,
y ella sonreía con esa luz
que hacía creer en los ángeles.
Yo era entonces
el adolescente más feliz de la tierra
y la tierra era redonda y en el cielo
parecía que cantaban los ángeles.
Un día ella me dejó.
Entonces pataleé,
lloré
y me pasé sin comer una semana.
Y a la semana siguiente
cogí un lápiz y una hoja en blanco
y escribí mi primer poema,
que no hablaba de ángeles.
E.
(de Memorias del otro lado del mar)