Señora…
¡Cómo me duele a dulce!
Usted se me acrecienta
en el cariño de estas paredes,
tanto abrazan y acurrucan…
Cada amanecer se proponía completar
mi panza para el día;
parecía querer llenarla del amor más digestivo:
regalarme a Dios cada mañana.
Señora…
Y Dios iba en estandarte frente a usted.
Cuando, pienso… , tendría que ir
menos rígido,
más lleno de nosotros,
que tanto nos equivocamos.
E.
(de Memorias del otro lado del mar)